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EDUARDO CARRETERO, HOY SE CUMPLEN 100 AÑOS DESDE SU NACIMIENTO

El prolífico escultor granadino dedicó su vida a su trabajo y siempre hizo gala de una marcada naturalidad y versatilidad tanto en su vida como en su obra. Vino a vivir a Chinchón por necesidad de su trabajo y se quedó siempre. Hoy sería su centésimo cumpleaños y desde aquí le rendimos un merecido homenaje.


Eduardo nació en Granada el 13 de enero de 1920. Su padre poseía una tienda de telas en la calle Zacatín y su madre tenía un puesto de maestra. El escultor granadino Juan Cristóbal era primo de su padre y por ello su abuela conservaba unas esculturas suyas de barro.  La curiosidad por dichas esculturas germinaría en una gran vocación artística, al igual que la afición de copiar los dibujos que su abuelo le trazaba en el papel de envolver del negocio de su padre.

A los catorce años, junto a su amigo el pintor Rodríguez Valdivieso (pintor figurativo granadino), puso en marcha un pequeño estudio artístico en la calle San Isidro y asistió a la Escuela de Artes y Oficios de Granada, donde esculpió sus primero retratos. Aprendió a trabajar con moldes y surgió su admiración por Cuesta, su profesor de talla en madera.

Entonces estalló la Guerra Civil y tuvo que interrumpir sus estudios en Granada. Se incorporó a filas del Ejercito Republicano y en 1937, formando parte de la 18ª Brigada Mixta participó en la Batalla del Jarama. Se contó con su ayuda como escultor para erigir el hoy desaparecido monumento a las Brigadas Internacionales en Morata de Tajuña. Durante el conflicto, fue gravemente herido en una pierna y le faltó muy poco para perderla. Sin embargo gracias a la precisa intervención de una monja, consiguió conservarla.

Cuando terminó la Guerra, su talento y dedicación le llevaron de las penurias de un campo de concentración, a ser un escultor cuyo nombre figuraba entre los más solicitados del régimen franquista.

No pudo acreditar su adhesión al Bando Nacional, así que fue enviado a un campo de concentración. En este lugar consiguió un destornillador y junto a un martillo de carpintero comenzó a realizar esculturas a todo el que podía y en una ocasión fue llevado a la casa de uno de los mandos para retratar a un familiar de éste.

Entonces, consiguió regresar a Granada donde continuó con sus estudios. Es becado por el Ayuntamiento de Granada en 1946 por una escultura de mármol de la cabeza de una niña y contrae matrimonio con Isabel Roldán.

Lo que sin duda marcará el inicio de su carrera como artista ocurrió en 1947: su victoria en un concurso para esculpir a los cuatro Evangelistas para la iglesia del Colegio Mayor de Isabel la Católica de Granada en piedra de Bogarre. Realizó los bocetos de estas esculturas mientras trabajaba como supervisor en una obra de la calle de la Alhóndiga. Lo que lo distinguió de los demás escultores fueron estos mismos bocetos, inacabados estratégicamente con la intención de permitirse cierta libertad para adaptarlos a la piedra de Bogarre; los otros esculpieron bocetos definitivos. Era la primera vez que Eduardo tallaba la piedra.

Entonces ocurre un factor clave para su vida: el arquitecto José Luis Fernández del Amo comienza a requerir su trabajo. Era uno de los arquitectos de la Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones, organismo del Instituto Nacional de Colonización (1939-1971) y se necesitaba un escultor para dotar a pueblos destruidos  de monumentos  y catalogar los daños producidos durante la Guerra Civil. Actuó como hilo conductor para que a Eduardo no le faltara una continuidad en los encargos que durante aquellos años era casi imposible.

En 1949 se traslada a Madrid y recibe continuos encargos monumentales de Fernández del Amo, en gran medida religiosos, para diversos lugares de España. Esto provocó que Eduardo Carretero contribuyera a renovar la imaginería religiosa de España, que seguía influenciada por el periodo del barroco.

En 1952 realizará un gran aporte escultórico (todo el interior y el exterior) de la iglesia neogótica de San Francisco Javier de Pamplona, primer hito de su carrera y hoy declarada Bien de Interés Cultural. El conjunto lo forman: retablos de madera de la Purísima Concepción y de San José y el Niño; los cuatro evangelistas también en madera; un San Ignacio de Loyola en piedra y San Francisco Javier (uno dentro en madera y otro en el exterior en piedra), además de relieves en la fachada. La prensa de la época destacó el trabajo, comparando al San Francisco Javier con un chico navarro.

Durante estos años de Madrid le permiten trabajar en los almacenes Nicasio Perez que vendía las tallas que esculpía, al no tener suficiente espacio en su estudio de la calle Camorritos. Como trabajaba la piedra de Colmenar de Oreja, iba y venía diariamente desde Madrid. Hasta que finalmente decidió trasladarse a un lugar cercano a la cantera de donde escogía las piedras junto a su mujer. No encontró ningún sitio de Colmenar y un día se desvió a Chinchón, compró un terreno ahí y construyó una casa, en la que vivió el resto de su vida junto a su mujer.

Su vida y obra quedarán a partir de este momento ligadas a Chinchón. Realizó una escultura de la Asunción en piedra que pintó para la iglesia homónima de Chinchón, aunque finalmente el escultor decidiera cederla a la mencionada Iglesia de San Francisco Javier de Pamplona. También modeló el retrato para homenajear a “Jacinto”, un labriego que le cuidaba la parcela en Chinchón. El Viacrucis del muro externo del cementerio de Chinchón también le pertenece, al igual que numerosos retratos de personas cercanas a él como Moisés Gualda, Juancho Junquera, Alfredo Rodríguez Freire, José González Mayo, Charo Cabrero, Benito Lozano…  El 17 de mayo de 2005 fue declarado hijo adoptivo de Chinchón, realizando en agosto una exposición en la Casa de la Cultura “Manuel Alvar”. Y en 2009 se realiza otra en el mismo lugar junto a José Antonio Martínez amigo y aficionado a la talla en piedra, cuyo comisario fue Manuel Carrasco.

Nunca dejó de trabajar. En 1976 realiza la que será su famosa escultura de Ramón y Cajal, que en un principio estaba pensada como un busto para el vestíbulo. Eduardo no hizo caso y elaboró la gran pieza monumental que simboliza icónicamente el hospital.

Estaba unido a su obra y a su trabajo, caracterizándose por aunar la libertad del creador y el diálogo con el material y técnica empleado. El resultado será una clara inclinación a experimentar con cada material que empleaba, llevando un paso más allá las propias posibilidades de dicho soporte. Lee la materia que trabaja, la utiliza como un recurso expresivo más a la hora de ponerse a trabajar. Todo esto sin perjuicio de, cuando el encargo lo exigía, seguir un estilo academicista y clásico perfectamente satisfactorio.

Prodigioso titán. Toma del modelo de su retrato su mejor parte, la parte más optimista, llena de luz y a la vez es capaz de dotar  de sobriedad y presencia. Tiene la humildad de alejarse del ego del artista que solo piensa en él a la hora de expresar actuando como un espejo, como una parte más de la modelación contextual de las circunstancias, adquiriendo su obra por ello veracidad.

No riñe con ninguna técnica ni material, lo que lo hace versátil en sus obras, al igual  que en su vida. Sabe, de todas las circunstancias y situaciones, sacar lo mejor y adaptarse con decisión, dialogando con todo el entorno. Ante todo era escultor, ejemplo y humano.

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Fuentes: Manuel Carrasco y José Arcadio Roda Murillo

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